Si,
como dice la religión Yoruba procedente de Africa y muy arraigada en
Cuba, Oshun es la diosa del amor y de las aguas (ríos, fuentes y
lagos), la provincia de Granada es su reino.
Granada
es como una inmensa esponja que absorve el agua y que luego se
exprime vertiéndola por cada uno de sus poros. Así brotan de sus
montañas ríos, manantiales y aguas termales que nos hablan de sus
orígenes volcánicos. En una época en la que cada vez es más
incuestionable que el agua es un bien común, escaso e imprescindible
para la vida en el planeta, se hace más evidente la riqueza natural
que tiene esta tierra. Pero, lamentablemente, falta conciencia y
voluntad política para preservar ese enorme potencial líquido.
Todo
el mundo conoce el agua mineral de Lanjarón, el pueblo situado al
pie de Sierra Nevada, en la parte occidental de la Alpujarra, a 45
kilómetros de la capital granadina y muy cerca de la costa. Lanjarón
es famoso por su agua embotellada, pero también por su Balneario,
cuyos orígenes se remontan a 1770. Aunque fueron los árabes los
primeros en descubrir las propiedades medicinales de sus manantiales.
Pero
son muchas las aguas termales y los manantiales de aguas purísimas y
aptas para el consumo humano que existen en tierras granadinas.
Un
buen ejemplo es la Sierra de la Alfaguara, situada a escasos
kilómetros de la capital, tristemente célebre por ser el lugar
donde fue asesinado Federico García Lorca y otras más de dos mil
personas. Debe su nombre a los árabes que encauzaron el agua de uno
de sus mayores manantiales para abastecer la Alhambra y el Albaycín:
La Fuente Grande o Aynadamar (La Fuente de las Lágrimas). Alfaguara
significa “manantial abundante”. Otra fuente, El Morquil,
situada muy cerca de La Fuente Grande, es muy apreciada por la
pureza de su agua y son muchos los granadinos que acuden hasta allí
para abastecerse. Sólo en esta Sierra de la Alfaguara hay infinidad
de manantiales. Además de los ya mencionados: La Fuente Fría, La
Fuente Chica, El Cañaveral, La Fuente de Nívar, La Fuente de los
Potros, La Fuente de las Minas, Majalijar...
 |
La fuente de las lágrimas, Alfacar, Sierra de la Alfaguara |
En cuanto
a las aguas termales, hay más de 70 en toda la provincia. Después
del Balneario de Lanjarón quizá el segundo más conocido sea el de
Alhama de Granada.
Pero,
sin duda, las aguas termales menos conocidas, más abondonadas y,
probablemente, de las mejores de Andalucía, son las Termas de Santa
Fe, el pueblo donde los Reyes “caóticos” establecieron el cerco
de Granada durante la conquista (mal llamada reconquista). Santa Fe
es famoso por sus exquisitos Piononos, unos dulces de inspiración
árabe que se elaboran en la centeraria pastelería La Isla. Está
situado a escasos kilómetros de la capital, bañado por el río
Genil, en mitad de la fértil Vega de Granada, aunque lo de fértil...
cada vez menos. Poco queda ya de una vega agobida por el crecimiento
de las poblaciones del área metropolitana.
Los
santaferinos han bautizado a las termas con el nombre de Aguas
Calientes. Yo nací en este pueblo y, aunque sólo pasé allí los
cinco primeros años de mi vida, recuerdo, muy vagamente, haber odído
hablar a mi padre de “las madres del agua”. Supongo que se
refería a las termas. Situadas en la zona denominada Dehesas de
Santa Fe, entre olivares, en las afueras del pueblo, sus aguas
alcanzan los 40 grados de temperatura y son ricas en calcio, magnesio
y sulfatos, por lo que son beneficiosas para tratar problemas
inflamatorios, reumáticos, degenerativos del aparato locomotor y
afecciones en la piel. Su caudal es increíble y desemboca en una
gran poza de unos 15 metros de diámetro y un metro de profundidad,
que va desaguando en otras siete situadas escalonadamente.
 |
Poceta principal de las Termas de Santa Fe
|
Pero
la codicia y la estupidez humana no tienen límites. En el Norte de
Europa, una riqueza natural de esas características, beneficiosa
para la salud, estaría cuidada y puesta a disposición de los
ciudadanos. Sin embargo, en 2003, en este Sur nuestro, una empresa
privada de Galicia, la inmobiliaria Fadesa, compró el terreno para
construir una macrourbanización privada. No quedó ahí la cosa,
sino que, para impedir en acceso de los bañistas, tapó las pozas
con tierra. El tiro le salió por la culata porque la Naturaleza se
vengó, el agua volvió a brotar y las pozas volvieron a llenarse.
Posteriormente, la quiebra de la empresa coruñesa paralizó el
proyecto, afortunadamente. Pero el peligro no ha desaparecido. Los
terrenos siguen en manos de bancos y especuladores que han cortado y
cercado los accesos a las pozas. El grupo municipal de IU lleva años
batallando para que se ponga en marcha un plan de recuperación
pública de la zona. Además, se ha creado una plataforma de jóvenes
que reivindica también el uso público de las termas y la
Universidad de Granada lleva a cabo un proyecto de investigación
sobre las características de las aguas.
Hace
cinco años visité la zona por primera vez. Me había roto el
menisco y quise darme un baño en aquellas aguas para comprobar si
eran “tan milagrosas” como contaban. La primera impresión fue
lamentable. Después de un periplo por carriles intransitables, sin
señalización alguna, el panorama que encontramos en los alrededores
de las pozas era desolador, lleno de basura por todas partes. El
lugar se había convertido en el asentamiento de personas que viven
allí en caravanas. En 2019, incluso se cometío un asesinato en
medio de una reyerta entre dos hombres.
No
obstante, en aquella ocasión me dí un gran baño en la poceta
principal. Fue una sensación increíble. Dejé que el gran caño de
agua que llena la poceta me masajeara la espalda. Salí como nueva,
pero con un amargo sabor de boca, no por el azufre del agua, sino por
el desperdicio de esa riqueza natural.
Ketty Castillo Pacheco