martes, 11 de febrero de 2020

CONTRA LA NORMALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA


Hace unos años tuve que llevar mi coche al taller porque se me calaba yendo a 120km/h por autopista. A pesar de la gravedad de la situación, cuando le conté al mecánico mi teoría me respondió con un “no, MUJER…” en tono burlón. Antes de ir ya tenía muy claro que probablemente mi teoría no era correcta, porque resulta que yo no estudié mecánica, resulta que yo sé de lo mío y no de lo de los demás, y resulta que, aún así, merezco un respeto por ser clienta y, sobretodo, ser un ser humano, a pesar de ser MUJER.
  
Seguro que mucho de vosotros, especialmente vosotras, os sentís identificadas con esta situación y habéis vivido alguna parecida. Imaginad que en lugar de que esto os suceda en el mecánico os encontráis semidesnudas y abiertas de piernas, en una sala fría e impersonal, rodeadas de personal sanitario que no se ha presentado al llegar y que no sabéis si son médicos, enfermeras, auxiliares o estudiantes de medicina que vienen a mirar y aprender de vuestro dolor. Y ahora imaginad que la razón por la que estáis abiertas de piernas es que estáis en el momento más importante y más trascendental de vuestras vidas: dando a luz a vuestro hijo. Imaginad que os tocan, os aprietan, os cortan y os pinchan sin daros ninguna explicación, que os regañan porque no empujáis bien o porque os quejáis demasiado. Imaginad que se llevan a vuestro hijo casi sin que lo podáis ver, no sabéis a donde, ni por cuanto tiempo, ni por qué.

Icíar Bollaín, como tantísimas otras mujeres, vivió una escena parecida y decidió denunciarla en el corto Por tu bien. En él, Luis Tosar interpreta a una partera humillada y ninguneada por el personal sanitario del hospital. Seguro que los señoros empatizan más con el tipo duro del cine español que con una actriz fina y delicada.




Ya en el siglo XIX, el doctor inglés James Blundell se refirió a este tipo de violencia machista con el término “violencia obstétrica”. Aun así, no fue hasta 2007 que ésta fue reconocida y penada por ley. La ley orgánica sobre el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, aprobada por la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, publica en su artículo 15.13 que se entiende por violencia obstétrica la apropiación del cuerpo y procesos reproductivos de las mujeres por personal de salud, que se expresa en un trato deshumanizador, en un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, trayendo consigo pérdida de autonomía y capacidad de decidir libremente sobre sus cuerpos y sexualidad, impactando negativamente en la calidad de vida de las mujeres.

A Venezuela la siguieron países como Argentina y México, pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) no se posicionó al respecto hasta 2014*(1). España, por supuesto, sigue sin reconocer por ley la violencia obstétrica, lo cual no imposibilita denunciarla pero sí que dificulta sobremanera un resultado favorable para la víctima en el caso de tener la valentía de hacerlo. El pasado verano, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) publicó un informe*(2) en el que se reconocía la violencia obstétrica y recomendaba a los estados la legislación de la misma, considerando el consentimiento informado como derecho humano y como salvaguarda de este tipo de violencia.




Pero más concretamente: ¿qué es exactamente la violencia obstétrica? Pues es nada más y nada menos que algo que se lleva ejerciendo desde hace muchos años, algo tan extremadamente naturalizado que a menudo se llega hasta el punto que la mayoría de sus víctimas, algunas incluso mostrando síntomas propios del síndrome de estrés postraumático,*(3) ni siquiera reconocen. 

El informe de las Naciones Unidas se refiere a procedimientos como realizar cesáreas o episiotomías sin consentimiento o innecesarias, abusar de la oxitocina sintética para acelerar el parto, incluso después de la publicación de estudios que la relacionan con una mayor afectación de la depresión postparto,*(4) usar la maniobra de Kristeller a pesar de las contraindicaciones de la OMS y la prohibición de la misma en el Reino Unido (puede causar traumatismos, hematomas, fractura de costillas, rotura del útero y hemorragias graves en la madre, así como lesiones e incluso parálisis en el bebé),*(5)  privar de autonomía y libertad de movimiento a la madre durante las contracciones para tenerla monitorizada sin necesidad (lo cual suele retrasar el parto y suele llevar a un mayor intervencionismo), inhabilitarla para tomar decisiones importantes sobre su cuerpo, su salud y la de su bebé, humillar, infantilizar y hacer comentarios sexistas durante el parto.

El informe no nombra algunos procedimientos a los que estudios y profesionales hacen también referencia, como los tactos vaginales innecesarios y llevados a cabo por diferentes personas a lo largo del parto que, en muchas ocasiones, ni siquiera se presentan (son innecesarios, son humillantes y dolorosos y aumentan exponencialmente el riesgo de infección), el uso de fórceps para uso didáctico, el uso de anestesia y otros fármacos sin aviso previo y sin consentimiento, y muchas otras situaciones que convierten el embarazo, el parto y el postparto en una experiencia desagradable y traumática.

Este mismo informe de la ONU apuntaba como causas de esta situación a las malas condiciones de trabajo de los profesionales sanitarios, la falta de presupuesto y de recursos, las relaciones de poder en el sistema sanitario y, por supuesto, los estereotipos de género. La mayoría de asociaciones dedicadas a la lucha contra la violencia obstétrica, como El Parto es Nuestro, Dona Llum, la Plataforma Stop Kristeller o matronas como Laia Casadevall o Esther Esteban, acusan de la excesiva medicalización del parto a la identificación del embarazo como una patología que requiere intervención médica y la consiguiente confianza ciega que se ha depositado en las altas jerarquías médicas por encima de las matronas, tradicionales expertas en el seguimiento del embarazo, el parto y el postparto. La ciencia ha avanzado y se ha demostrado que aquellos partos menos intervenidos son los que menos complicaciones presentan, pero la mayoría de profesionales se siguen tomando la reclamación de un cambio de paradigma como una ofensa y una falta de respeto hacia su profesión. Es el “siempre lo hemos hecho así”. 

Cabe recordar que la OMS publicó sus recomendaciones para la atención a un parto normal en los años noventa,*(6) y seguimos así. Los ginecólogos se resisten a perder su estatus, a admitir que en la mayoría de partos ni siquiera son necesarios, y la sociedad se lo permite porque quienes sufrimos la violencia obstétrica somos las mujeres, sufridas y abnegadas por tradición. Cambiemos las tornas de una vez, hagamos caso a la evidencia científica, obliguemos a los estados a seguir las recomendaciones de la OMS y de la ONU, organismos nada sospechosos de ser excesivamente hippies, anticapitalistas o feministas. Los estados deben legislar siguiendo el ejemplo de Venezuela, para frenar la violencia obstétrica, así como sensibilizar al personal sanitario, empoderar a las matronas para relegar a los ginecólogos en el segundo plano que requiere el parto y, sobretodo, informar a las madres de sus derechos más básicos. 

El parto es nuestro, ¡que nos los devuelvan!

Clara Castrillo
La Guerrilla Comunicacional












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