domingo, 3 de diciembre de 2017

TENGO ALGO QUE CONTARTE (22)

Correspondencia entre dos mujeres.



Salt, Domingo 3 de diciembre de 2017



UN HURACÁN SIN LLUVIA


Mi querida amiga, qué inmensa pena siento al leerla. No es justo que se les someta (y además, tan a menudo) a estas pruebas de destrucción y supervivencia. ¡Qué indecente resulta la naturaleza a veces!. Ésta debería fijarse más en quiénes anda castigando sin ton ni son y pensar en cambiar el rumbo y el tono de sus desaires.

Hoy siento un paralelismo extraño entre nosotras y nuestros entornos. Consulto el diccionario y entre las definiciones de huracán, leo: suceso o acontecimiento que causa destrucciones o grandes males. Quiero salvar ante todo las distancias de significado y desgracia (el Irma dejó muertes y  los muertos no son comparables con nada) pero le digo que en Cataluña, una vez más,  también estamos sufriendo los efectos de un huracán. Sin viento, sin lluvia, sin gigantescas olas, pero que está causando destrucción y grandes males.





Ya le conté alguna vez que esta tierra es peculiar. Desde mi pésima faceta de historiadora le daré algún apunte que nos sitúe. Hablamos de una tierra que ya en el siglo XIV, y aún con el régimen oligárquico de la época,  tuvo  Cortes y diputados con atribuciones fiscales y responsabilidades políticas. Después, en el curso del tiempo se irían sucediendo gobiernos y sistemas diversos, casi siempre determinados por las alianzas de poder del momento. Una tierra que en los años 30 del siglo pasado tuvo proclamada la república catalana y que sólo el golpe militar de Franco desbarató, aunque resistieron tres años como tal hasta que la  violencia de la guerra se impuso. Aún así, desde el exilio, los republicanos catalanes seguirían trabajando en el intento. 

Son gentes que han tenido siempre otra lengua, otras costumbres, otra manera de repartir las tierras y organizar las familias, de determinar sus leyes, de pensar y orientar sus escuelas,… No le voy a decir que mejor ni peor que otros modelos, pero en todo caso, distintos de sus vecinos del estado español. Y sobretodo, les son propios, transmitidos por generaciones y que impregnan en sus gentes el sentimiento de pertenencia a esta patria. Sentimiento que a lo largo de los tiempos ha ido empapando a muchas de las personas que fueron llegando de otros lugares del estado español o del mundo, también de las américas, instalando aquí sus trabajos y sus vidas.

Tras la muerte de Franco, España debía enterrar con él 40 años de dictadura y  reorganizar muchas cosas, entre ellas las territoriales. Se acordó un sistema llamado de comunidades autónomas, que equilibrase económicamente el país y diese cabida a las diferencias entre algunos territorios con lenguas propias, y en el caso de Cataluña, con una historia de soberanía y de gobiernos propios.  Se establecen las autonomías, en las que cada territorio se organiza a su manera, en la medida que se lo permite el estado, a través de una Constitución redactada por los vencedores de la guerra civil y aceptada como mal menor ante la presión de los poderes fácticos, y escoge a sus gobernantes, excepto el monarca que viene en el lote -el combo creo que dicen ustedes- constitucional, participando y rindiendo cuentas al gobierno central.





Así fue funcionando durante estos años, pero con un eterno cúmulo de barreras y desconsideraciones. Las últimas y más evidentes, provenientes del actual más que conservador gobierno,  cuestionaban el modelo escolar y lingüístico o las políticas económicas y sociales, por poner algunos ejemplos,… Ésto hizo crecer el descontento en buena parte de la población, más aún cuando la alternativa propuesta (e impuesta), era un giro en la lectura de la historia y una homogeneidad nacional española obligatoria que una buena parte de la población catalana nunca había sentido como suya. Las masivas manifestaciones de los últimos años con motivo de la Fiesta nacional catalana del 11 de septiembre, ejemplares en Europa, son una buena prueba de ello. 

En este punto, surgió el gobierno de Catalunya, con una mayoría de escaños de partidos independentistas como resultado de las últimas elecciones de septiembre de 2015, recogiendo el sentir de una buena parte de las organizaciones culturales y plataformas cívicas, así como de mucha gente ya harta de que ningunearan su pasado y su sentir como pueblo. Todos ellos promulgaban el derecho de la nación catalana a decidir su futuro como la mejor salida a este malestar. Así pues, este gobierno decidió preguntar a la población en un referéndum qué querían hacer; si les parecía bien o no volver a tener una república propia y poder empezar de nuevo a organizarse como país, sin injerencias de quienes no entienden que las diferencias no dividen, sino que enriquecen.

Pero al gobierno central no le pareció bien la consulta, que implícitamente suponía reconocer la soberanía catalana, y lejos de buscar propuestas o analizar las causas del descontento, sólo centró su política en una única dirección: prohibirlo. La única frase repetida como un mantra era: no habrá referéndum porque es ilegal. Se aferró como náufrago en el mar de la intolerancia al salvavidas de la ley constitucional. Una constitución del 1978 encorsetada y sin cabida para futuras reformas adaptadas al pensar y obrar de sus ciudadanos. Requisaron urnas ya compradas y  papeletas ya impresas; pusieron vigilancia policial para evitar repetirlas, y también en las sedes electorales. Imagínese, toda una exhibición de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado  para evitar que un pueblo vote sobre su futuro. Fíjese que enviaron 10.000 efectivos policiales armados que tuvieron acuartelados en barcos en los puertos de Barcelona y Tarragona. Por cierto, uno de estos barcos  era un gigantesco Piolín con su lindo gatito, pero relleno de policías. Fue motivo de infinidad de chistes por lo inaudito de la combinación, y a pesar de convivir más de un mes, no supieron intercambiar papeles: ni a Piolín le salió bigote ni a los guardias civiles les inundó la ternura.





Pero amiga mía, los deseos de libertad y  la  dignidad de las personas no se les pueden abolir tan fácilmente, y ante el atropello de la cerrazón ideológica del gobierno central, aquí se abrió un campo abonado a la solidaridad, a la resistencia y a la esperanza.  Y el referéndum prohibido que no había de ser, fue. Se desplegó una estrategia clandestina popular en la que todos cumplieron brillantemente su papel asignado. Créame que la CIA y la KGB juntas son unos aficionados al lado de estas gentes que, sin recursos, pero con una inteligencia, creatividad, convencimiento y compromiso infinitos, lograron el domingo 1 de octubre hacer aparecer como por ensalmo las 6.200 urnas, con sus correspondientes 6.200 mesas, sus censos y sus 20.000 personas voluntarias para gestionarlas. Usted también se emocionaría al ver la cantidad de gente que pasó la noche previa dentro de las sedes electorales para que nadie pudiese evitar abrir por la mañana; cómo desde las 5 de la madrugada miles y miles de personas más se agrupaban ante los colegios electorales para proteger esa votación. Resultado: en el referéndum prohibido y duramente reprimido votaron más de 2’2 millones de electores, más de un 43% del censo electoral, respondiendo Sí a la República catalana un 90’18%, osea más de 2 millones. 

No obstante, esa demostración de entereza no sirvió para la reflexión gubernamental española. Ocurrió todo lo contrario y los policías que habían venido de refuerzo se ensañaron en una violencia indiscriminada y fuera de medida. Repartieron hostias como panes, cargaron con porras y balas de goma (por cierto, de uso prohibido en Cataluña) contra quienes estaban con firmeza, pero en actitud absolutamente pacífica, custodiando el bien más preciado de los demócratas, los votos. Los jóvenes intentaban proteger a los abuelos, los padres a los hijos, los bomberos a todos los que podían,....porque allá estaban todas las edades y condiciones en la misma piña. Mientras la gente no daba crédito a la barbaridad que estaban viendo: niños preguntaban porqué a su abuela se la llevaron al hospital a coserle la cabeza o porqué su madre volvió con moratones y magulladuras o porqué su padre perdió un ojo por una bala de goma. Difícil contestarles sin que la rabia enturbie ni la razón claudique. ¡Cómo explicarles que sólo estaban protegiendo una urna!. Mientras, los más ancianos lloraban plantando cara a los fusiles diciendo que había costado mucho tiempo, esfuerzo y dolor conseguir este derecho y no estaban dispuestos a que nos lo arrebatasen. Después de ese día, como usted puede suponer mi buena amiga, ya nada es igual. Ya nada será igual.





Y para redondear la faena llegaron las prisiones. Ahora tenemos a los líderes de los movimientos cívicos y a medio gobierno en la cárcel y el otro medio exiliado en Bélgica, todos ellos elegidos por el pueblo. Su delito: haber cumplido a rajatabla su programa electoral. Y una combinación de medidas de intervención económica, jurídica, comunicacional y represiva en sentido amplio están reduciendo los derechos cívicos y las libertades individuales a pura ficción. Como ve, la represión es la única arma con la que quieren combatir las ideas, y eso a la larga nunca funciona. La gente se afianza cada vez más en su lucha pacífica en la misma medida que el gobierno judicializa lo que no es capaz de gestionar políticamente. Finalmente el totalitarismo de los gobernantes españoles dio la cara tras muchos años de disfraz demócrata. Ahora ya no sirve esconderse tras la cortina de la transición modélica. Mire un detalle: en la mayoría de países europeos, dentro del elenco de partidos políticos siempre hay uno fascistoide o de extrema derecha, que bajo sus propias siglas compite con los demás entre el electorado. En España no. Aquí toda esta franja política está incluida en el partido que gobierna; a su derecha no hay nadie más. 

Son los mismos que aún ensalzan y recuerdan al dictador Franco, que protegen a los violentos intolerantes, que transforman su incapacidad de escuchar y entender en odio contra el diferente. Y aquí estamos, recibiendo y porqué no decirlo, intercambiando ese odio absurdo contra quienes han sido y deberían seguir siendo nuestros compañeros de viaje. Se están lanzando demasiados dardos envenenados desde la demagogia, untados de rencor y desprecio por el otro, y  muchas veces encuentran blanco fácil. Éso me duele en el alma. Pero también sabemos que ese veneno es caduco y antes o después dejará de surtir efecto. En este país hemos aprendido de mucha gente firmeza, inclusión y respeto; y esos valores créame que no son efímeros ni se liquidan así por las buenas.

Todos quienes compartimos tierra, trabajo, ilusiones, desgracias y esperanzas tenemos derecho a iniciar juntos y en libertad un nuevo trazado. Un país con una mirada más justa y más diversa, capaz de relegar la explotación, que no dé cabida a la corrupción, y las personas puedan crecer entre iguales. No sé si suena a utopía, pero visto el paño que gasta el gobierno español seguro que no nos hace un abrigo a medida ni confortable. Sólo añadir que mientras aquí se vulneraban unos cuantos derechos humanos, Europa se hacía la longuis, callaba o lo reforzaba directamente. Y es que en esta Europa hay tantos intereses (económicos, por supuesto) por defender amiga mía  que no se permiten hacer concesiones humanistas. Dicen que cuando los de abajo se mueven, los de arriba se caen, y claro, nos dio por movernos a un son diferente de los que rigen ahí arriba y no pueden permitir ni la más pequeña merma de su poder, del capital que defienden con uñas y dientes.





Alguna vez le hablé de las diferencias que sentí entre la tierra donde vivo y en la que nací. Provengo de Castilla y vivo en Cataluña. Durante mucho tiempo, la vida aquí me fue transcurriendo, y yo con ella;  intentando construirla de la manera más sencilla, plena y acorde con mis ideas. Pero sin comparativas entre origen y destino, porque nunca me planteé cotejar historias ni medir estimas. Saber quién eres y adónde perteneces es algo que no se responde desde  la razón. Entra en ese apartado tan íntimo que conecta tu cordón umbilical con tu masa cerebral que piensa y con tu planta de los pies que afirma, sin saber por dónde demonios te pasa el hilo conductor. 

Cuando llegué hace 38 años, me llamó la atención lo diferente que era la mirada histórica de las gentes de aquí respecto a las que yo dejaba. He pensado muchas veces en este tema, y saqué alguna conclusión muy personal.  Está claro que la historia discurre de forma diferente entre los dos territorios, que los regímenes, gobiernos y leyes se resuelven de forma distinta a lo largo del tiempo. Pero quizás hay que recordar que la historia la determina el pueblo (otra cosa es quién la escribe). Yo venía de una tierra donde la guerra “se había ganado”.  Donde se pensaba que la situación que se vivía era la mejor posible, donde no se hablaba de exilios ni memoria histórica, donde el franquismo tenía ubicado su feudo, porque en realidad seguía instalada una mentalidad feudal. Los grandes latifundios propiedad de los ricos permitían malvivir a sus súbditos pobres. Éstos les perpetuarían sus ganancias y a su vez estarían agradecidos de poder subsistir gracias a la bondad de los señoritos. 





Hay una película de los años 80 llamada Los santos inocentes, para mí una obra maestra del realismo de la época (podría ser tranquilamente un documental), en la que se retrata la dura vida de la postguerra, pero sobretodo, el pensar y el sentir de mucha gente de la España rural en esa época. Esas gentes infinitamente trabajadoras, resignadas, analfabetas, sencillas y generosas. La cultura del silencio que dice el educador brasileño Paulo Freire. La dependencia de sus vidas de los terratenientes, de los poderosos. La dignidad inconmensurable de los pobres que tratan de aplastar los ricos sin conseguirlo. Yo vengo de ese escenario, me he criado con esas buenas gentes, he conocido a esos “señoritos”, (ese tratamiento siempre precedía a su nombre de pila). Cuando miro atrás veo con tristeza cómo la tremenda honradez de ese pueblo no pudo con el egoísmo explotador de los señores. Me duele ver el pensamiento feudal aún instalado entre buena parte de esas gentes. Porque los señoritos han cambiado de traje, de métodos, de estrategias. Todo se ha modernizado, se cambió el campo por los ordenadores, los rebaños por buenos coches, el calor de la lumbre y la luz de carburo por pantallas de plasma. Sí Habanera, ahora todo es moderno en muchas vidas en las que aún se tolera (o lo que es peor, se ve normal) la explotación laboral, las diferencias de clase, el abuso del poder o la corrupción.

Le decía que me chocó la diferente mirada histórica que encontré al llegar. Aquí mucha gente  hablaba de la guerra desde otra óptica, no valoraba la situación como buena, añoraban piezas elementales e íntimas de su cultura (por ejemplo, su idioma) que les habían ido quitando por el camino franquista. Y esas piezas eran parte de ellos, de sus antepasados, de su historia y de su vida. No se resignaban en absoluto a darlas por perdidas, luchaban calladamente por recuperarlas, por mantenerlas vivas o por aumentarlas. Para mí era extraño que con las personas que me relacionaba, casi en cada casa había algún familiar mayor que hablaba de la república, de cómo se perdió, de sus muertos no recuperados, de sus parientes en el exilio. Yo no estaba acostumbrada a mirar la historia desde el otro lado. ¿Y sabe qué creo? Que este traslado fue un regalo de la vida. He tenido la oportunidad de conocer a fondo esta tierra, de comprenderla y de aprender a quererla, de, sin renunciar a nada, apropiármela ya para siempre. De ampliar mi mirada, de decir te amo en otra lengua, de sentir las injusticias y encontrar gentes dispuestas a luchar por ellas, de entender el orgullo de pertenencia a una historia pero con planes de construir un futuro distinto.





Pienso que cuando en una movilización ciudadana ves a miles y miles de nietos, padres y abuelos de la mano, cantando las mismas proclamas y reivindicando los mismos fines, quizás hay que leer atentamente la escena: entender bien que esos anhelos ya vienen de lejos, que se han transmitido pacientemente, con un gran convencimiento en el progreso de la historia y que el afán para conseguirlos sigue vivo y seguirá en el futuro. Y me temo que desde el estado español están haciendo una lectura simplista y sesgada. Los barrotes de las cárceles no pueden retener las ideas.

Quiero contarle también que ante esta praxis fascista con que nos obsequia el gobierno español, han surgido algunas respuestas ciudadanas en todos los pueblos del estado que la repudian. Mediáticamente ocultadas, para vergüenza de un estado europeo de un siglo XXI que parece que no quiere hacer camino al andar, pero ahí están. Tal vez tampoco se está dando su justa lectura, porque todas estas personas también proclaman un futuro que no interesa al poder. Se han despertado conciencias socialmente dormidas, y eso tiene una fuerza increíble. Ya ve, Habanera cómo a pesar de los disparates que andamos viviendo la historia no se detiene, por más que algunos lo intenten, y esos “futuros” de que le hablo avanzarán, probablemente lentos, pero inexorables.

Como usted bien decía, a  veces los huracanes  también dejan esperanzas.

Ahí le mando un ciclón de abrazos, para que temblemos un poquito, pero de emociones.

Vicentita



(*)Tengo algo que contarte. Correspondencia entre dos mujeres es una relación epistolar entre una mujer de La Habana y otra de Salt (Girona). La publicación de estas cartas se realiza con el permiso de ellas mismas que han confiando en La Guerrilla Comunicacional su publicación.

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