lunes, 20 de julio de 2020

ANALFABETA, Y A MUCHA HONRA


Nunca en mi vida pensé que pudiese decir semejante barbaridad. El analfabetismo en general, que normalmente viene de la mano de carencias, situaciones personales adversas, injusticias y falta de oportunidades, en algún tipo de casos he descubierto para mi sorpresa que casi me hace sentir mejor. Intentaré explicar el porqué de este sinsentido.

Hace un par de días asistí a una reunión, de bar, distendida y absolutamente ociosa entre un grupo de amigos, entre los que me vi incluida por diversas casualidades. Desconocía por tanto sus talantes y costumbres, pero me quedé, ya que siempre está bien ampliar relaciones y conocimientos. Como el objetivo del encuentro era puramente de asueto mientras tomábamos una copa, se habló de todo y nada a la vez, de todos aquellos temas intrascendentes o no, en los que no se profundiza ni se debate. Entre todos ellos, el que más captó mi atención fue el coloquio sobre la criptomoneda. Esta nueva concepción del dinero era defendida de forma acérrima y arrogante por el más joven del grupo, que con veintipocos años es un pequeño inversor en este sistema. Intenté e intentamos entender ni que fuese a grosso modo el funcionamiento de la cosa, sin aspirar a saber sus intríngulis, pero resultó que al final del hilo siempre hay “un ordenador” como responsable.




Soy consciente del abismo generacional en el uso y disfrute de la informática, cibernética, ofimática y demás “ticas” entre los de mi edad y los de veintipocos; pero la verdad es que los inventores de este mercado de dinero virtual no nos lo ponen fácil. Lo de “cripto = secreto” ya debería darnos una pista sobre  la dificultad en saber sobre ello. Por ejemplo, en la wikipedia, esa entrada frecuente donde solemos acudir para encontrar las definiciones más simplonas, nos encontramos con que:

Una criptomoneda, criptodivisa es un medio digital de intercambio que utiliza criptografía fuerte para asegurar las transacciones, controlar la creación de unidades adicionales y verificar la transferencia de activos usando tecnologías de registro distribuido. En los sistemas de criptomonedas, se garantiza la seguridad, integridad y equilibrio de sus estados de cuentas (contabilidad) por medio de una red estructurada de agentes (transferencia de archivo segmentada o transferencia de archivo multifuente) que se verifican (desconfían) mutuamente llamados mineros, que son, en su mayoría, público en general y protegen activamente la red (el entramado) al mantener una alta tasa de procesamiento de algoritmos, con la finalidad de tener la oportunidad de recibir una pequeña propina, que se reparte de manera aleatoria. Está previsto que en el futuro la computación cuántica pueda llegar a ser una realidad, lo que rompería el equilibrio en caso de que los desarrolladores no pudieran implementar a tiempo el sistema para usar algoritmos poscuánticos, por tratarse de una tecnología propietaria.

¿Qué tal se te queda el cuerpo tras la explicación?. A mí, no precisamente con unas ganas locas e irrefrenables de llamar para pedir acciones. Soy consciente de que probablemente me prive de oportunidades, de nuevas ventajas que de seguro ofrece este sistema, y que, como todo, bien utilizado podría resultar interesante. Pero las claves en el argumentario que allí se exhibía me impulsaron a no considerarlo así.




El joven del grupo defensor de los bitcoins encontraba estupendo no depender de ningún banco oficial para operar, “ser libre” en sus transacciones. Una libertad que podríamos haber compartido y celebrado como concepto, pero que se agua la fiesta cuando según él, tiene como objetivo y ventajas no ser controlado (no tributar), ganar dinero con la sola inversión y transacciones (especular), rapidez y seguridad de las operaciones, por el origen y control del dinero “solo” por ordenadores (desconocer). De nada sirvió por mi parte alegar que los ordenadores, hasta donde yo sé, los maneja alguien, y que el ocultismo es precisamente campo abonado para cualquier irregularidad. Ni las explicaciones de otro miembro del grupo (que sí tenía más información) sobre los turbios y graves asuntos que se mueven disfrazados de “cripto”. Ni saber que la demanda energética estratosférica que genera este sistema obliga a buscar espacios y países dispuestos a explotar el medio lo inimaginable. 

En el fondo me es indiferente lo que el chaval de veintipocos pueda ganar o perder en este criptosistema. Llegados a este punto lo que me rebeló la conciencia y por lo que decidí que no quería intentar comprender los blockchain, hash, mineros de transacciones, algoritmos, FPGA,... fue que tampoco quería ser cómplice, aunque solo fuese de conocimiento, de gente como él. Personas para quienes nunca puede haber un tinte de ética para el color del dinero. Que éste se convierte en un objetivo “per se” en la vida; en cómo ganarlo sin esfuerzo ni contraprestación; sin pensar (ni querer pensar, que es lo peor) en qué o quién resulte herido por el camino, en qué destrozos sociales o ambientales puede generar; en qué estás colaborando a construir o destruir (y estaríamos hablando ni más ni menos que de gobiernos de países)...




Fue en ese momento, al sentir, incluso sin palabras, la acusación tácita e insolente de no entiendes nada porque esto es moderno, es el futuro y tú ya quedaste obsoleta, cuando decidí que, efectivamente no quería entender nada sobre ello. Que no quería que mi futuro tomara esa criptodirección.

Me autodeclaré al instante para este tema analfabeta, y a mucha honra.


Pilar Parra
La Guerrilla Comunicacional





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