viernes, 9 de octubre de 2020

GRANADA, EL REINO DE OSHUN

 

Si, como dice la religión Yoruba procedente de Africa y muy arraigada en Cuba, Oshun es la diosa del amor y de las aguas (ríos, fuentes y lagos), la provincia de Granada es su reino.

Granada es como una inmensa esponja que absorve el agua y que luego se exprime vertiéndola por cada uno de sus poros. Así brotan de sus montañas ríos, manantiales y aguas termales que nos hablan de sus orígenes volcánicos. En una época en la que cada vez es más incuestionable que el agua es un bien común, escaso e imprescindible para la vida en el planeta, se hace más evidente la riqueza natural que tiene esta tierra. Pero, lamentablemente, falta conciencia y voluntad política para preservar ese enorme potencial líquido.

Todo el mundo conoce el agua mineral de Lanjarón, el pueblo situado al pie de Sierra Nevada, en la parte occidental de la Alpujarra, a 45 kilómetros de la capital granadina y muy cerca de la costa. Lanjarón es famoso por su agua embotellada, pero también por su Balneario, cuyos orígenes se remontan a 1770. Aunque fueron los árabes los primeros en descubrir las propiedades medicinales de sus manantiales.

Pero son muchas las aguas termales y los manantiales de aguas purísimas y aptas para el consumo humano que existen en tierras granadinas.

Un buen ejemplo es la Sierra de la Alfaguara, situada a escasos kilómetros de la capital, tristemente célebre por ser el lugar donde fue asesinado Federico García Lorca y otras más de dos mil personas. Debe su nombre a los árabes que encauzaron el agua de uno de sus mayores manantiales para abastecer la Alhambra y el Albaycín: La Fuente Grande o Aynadamar (La Fuente de las Lágrimas). Alfaguara significa “manantial abundante”. Otra fuente, El Morquil, situada muy cerca de La Fuente Grande, es muy apreciada por la pureza de su agua y son muchos los granadinos que acuden hasta allí para abastecerse. Sólo en esta Sierra de la Alfaguara hay infinidad de manantiales. Además de los ya mencionados: La Fuente Fría, La Fuente Chica, El Cañaveral, La Fuente de Nívar, La Fuente de los Potros, La Fuente de las Minas, Majalijar...

 

La fuente de las lágrimas, Alfacar, Sierra de la Alfaguara

En cuanto a las aguas termales, hay más de 70 en toda la provincia. Después del Balneario de Lanjarón quizá el segundo más conocido sea el de Alhama de Granada.

Pero, sin duda, las aguas termales menos conocidas, más abondonadas y, probablemente, de las mejores de Andalucía, son las Termas de Santa Fe, el pueblo donde los Reyes “caóticos” establecieron el cerco de Granada durante la conquista (mal llamada reconquista). Santa Fe es famoso por sus exquisitos Piononos, unos dulces de inspiración árabe que se elaboran en la centeraria pastelería La Isla. Está situado a escasos kilómetros de la capital, bañado por el río Genil, en mitad de la fértil Vega de Granada, aunque lo de fértil... cada vez menos. Poco queda ya de una vega agobida por el crecimiento de las poblaciones del área metropolitana.

Los santaferinos han bautizado a las termas con el nombre de Aguas Calientes. Yo nací en este pueblo y, aunque sólo pasé allí los cinco primeros años de mi vida, recuerdo, muy vagamente, haber odído hablar a mi padre de “las madres del agua”. Supongo que se refería a las termas. Situadas en la zona denominada Dehesas de Santa Fe, entre olivares, en las afueras del pueblo, sus aguas alcanzan los 40 grados de temperatura y son ricas en calcio, magnesio y sulfatos, por lo que son beneficiosas para tratar problemas inflamatorios, reumáticos, degenerativos del aparato locomotor y afecciones en la piel. Su caudal es increíble y desemboca en una gran poza de unos 15 metros de diámetro y un metro de profundidad, que va desaguando en otras siete situadas escalonadamente.

Poceta principal de las Termas de Santa Fe

Pero la codicia y la estupidez humana no tienen límites. En el Norte de Europa, una riqueza natural de esas características, beneficiosa para la salud, estaría cuidada y puesta a disposición de los ciudadanos. Sin embargo, en 2003, en este Sur nuestro, una empresa privada de Galicia, la inmobiliaria Fadesa, compró el terreno para construir una macrourbanización privada. No quedó ahí la cosa, sino que, para impedir en acceso de los bañistas, tapó las pozas con tierra. El tiro le salió por la culata porque la Naturaleza se vengó, el agua volvió a brotar y las pozas volvieron a llenarse. Posteriormente, la quiebra de la empresa coruñesa paralizó el proyecto, afortunadamente. Pero el peligro no ha desaparecido. Los terrenos siguen en manos de bancos y especuladores que han cortado y cercado los accesos a las pozas. El grupo municipal de IU lleva años batallando para que se ponga en marcha un plan de recuperación pública de la zona. Además, se ha creado una plataforma de jóvenes que reivindica también el uso público de las termas y la Universidad de Granada lleva a cabo un proyecto de investigación sobre las características de las aguas.

Hace cinco años visité la zona por primera vez. Me había roto el menisco y quise darme un baño en aquellas aguas para comprobar si eran “tan milagrosas” como contaban. La primera impresión fue lamentable. Después de un periplo por carriles intransitables, sin señalización alguna, el panorama que encontramos en los alrededores de las pozas era desolador, lleno de basura por todas partes. El lugar se había convertido en el asentamiento de personas que viven allí en caravanas. En 2019, incluso se cometío un asesinato en medio de una reyerta entre dos hombres.

No obstante, en aquella ocasión me dí un gran baño en la poceta principal. Fue una sensación increíble. Dejé que el gran caño de agua que llena la poceta me masajeara la espalda. Salí como nueva, pero con un amargo sabor de boca, no por el azufre del agua, sino por el desperdicio de esa riqueza natural.

 

Ketty Castillo Pacheco

 

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