martes, 3 de marzo de 2020

ACOSTUMBRADAS A LA PRECARIEDAD


Sueldos de miseria, horarios laborales interminables, pobreza energética, compartir piso por no poder asumir un alquiler en solitario, cábalas para llegar al final de mes, trabajos sin continuidad, trayectos largos para llegar al lugar de trabajo ... El día a día de la clase trabajadora es una gincana de dificultades. Y con poco tiempo para podernos dedicar a nosotros y a nuestra red emocional. Este ritmo nos obliga a un ejercicio de adaptación que nos deja agotadas, sin fuerzas para hacer nada más allá que sobrevivir, un día más.

En este entorno, las personas que vivimos en comarcas, tenemos que añadir una movilidad poco sostenible y pagamos en tiempo las carencias de un transporte público que prima la rentabilidad sobre el servicio. Las molestias sufridas, hasta ahora, eran cuestión de horas o de días hasta que remitía la causa y excusa de las incidencias; pero la llegada de la tormenta Gloria ha puesto en primer plano las deficiencias de una red de transporte público que se denunciaba desde hace muchos años. Este episodio ha dejado una serie de daños que, según los gestores de los bienes públicos, tardarán meses en solucionar. Líneas de tren impracticables porque se han caído puentes, ha habido deslizamientos y se han roto tramos de vías y catenarias...




Los daños en la infraestructura se miden en euros y las administraciones se afanan en poner cifras para poder hacer frente al desorden. En esta danza de números nadie, nadie habla sobre lo que la mala gestión de tiempo y recursos repercute en la usuaria final de este transporte público. Pero obviamente las damnificadas sufren, sufrimos, su incompetencia, en primera persona del plural. Ahora tenemos que dedicar más tiempo personal a desplazarnos al trabajo, al médico o realizar trámites que sólo en la Capital se pueden hacer. Llegar a Barcelona se convierte en una odisea y nunca sabes que puede pasar. Olvídate de cumplir un horario, olvídate de la tranquilidad porque a lo largo de todo el trayecto, que se ha ampliado un promedio de media hora, tienes que añadir mil y un motivo más de posibles incidencias. Aquella imagen bucólica que presenta los viajes en tren como relajados y tranquilos ya hace años que para los usuarios de cercanías quedó borrada; pero ahora, aunque, se ha agravado con las consecuencias (totalmente previsibles) de una tormenta que volverá a repetirse según los expertos medioambientales.




Ahora asumimos el mismo precio de un billete de transporte que lo único que ofrece es llevarte de un punto a otro sin garantía, eso sí, de llegar en el tiempo previsto. Asumimos gastos de gasolina y peajes por todas aquellas que no pueden permitirse un incremento de tiempo de trayecto porque sus horarios están cuadrados para poder atender y compatibilizar su familia, sus hijos, su día a día de faenas en el hogar imprescindibles para la supervivencia.

Asumimos un Incremento del riesgo, al tener que coger el transporte privado para realizar desplazamientos por carretera más largos de los habituales y con una circulación que ha crecido por la misma causa, problemas de aparcamiento, de emisiones de CO2... Todo un despropósito que no se contabiliza en las cifras oficiales.

Y es por la asunción silenciosa y resignada de las usuarias que me ha venido a la cabeza el título de este artículo.




Estamos tan acostumbradas a la precariedad vital que acatamos sin protestas, sin gritos y con una resignación dolorosa todos los inconvenientes sobrevenidos. La rabia, si aparece, nos la tragamos de un trago y nos va envenenando por dentro. Eso sí, cada una la suya, como una cuestión individual tal como el sistema nos ha dicho que tenemos que vivir; no sea que si la compartimos nos empoderásemos y llamáramos y detuviéramos la producción y la rueda del consumo, porque claro, ya se sabe que si esto ocurre las responsables de nuestra miseria y de la represión recibida seriamos nosotros para crear disturbios y no obedecer .

Acostumbradas a la precariedad hemos aprendido a callar, a asumir, a obedecer y morir por dentro un poco más cada día. Nos hemos creído que nuestra vida y nuestro tiempo no nos pertenecen sino que forman parte de un engranaje y que sólo somos piezas fácilmente reemplazables.

Y así nos va!

Mª Àngels Esteban Rodríguez
La Guerrilla Comunicacional




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